Artemisa

Dos primero de septiembre tuvo el curso pasado. Este no tendrá ninguno. Al menos, los uniformes no pintarán las calles, las mochilas no cargarán sueños entre los libros, ni las pizarras se inventarán bienvenidas con tizas de colores. Pero en muchas aulas sí habrá vida.

Reinaldo Hernández apenas terminaba su labor en el restablecimiento del servicio eléctrico en San Pedro, Batabanó, cuando le avisaron de volver a salir hacia la hermana provincia de Artemisa, como parte de un contingente de la Empresa Eléctrica en Mayabeque.

La provincia Artemisa percibe ya un deterioro en las condiciones del tiempo pero no se detienen las acciones del control epidemiológico, para disminuir los contagios con COVID-19.

¿Cómo perdurar entre aislamiento, dolor y contagios cada vez más agresivos? Quizás la Empresa Provincial de Alojamiento y Recreación de Artemisa halló la respuesta, al ser útil a la comunidad donde están sus unidades, con ofertas económicas de comida para llevar.

Hace un tiempo las zonas rojas estaban marcadas. Cada uno sabía que de esa línea para allá se atendía a positivos o sospechosos de COVID-19. Solo adentro había más miedo; trajes de protección individual, caretas, guantes dobles y mascarillas eran comunes. Pero únicamente allí, detrás de aquellas cintas amarillas.

Caimito fue testigo de la osadía de la primera mujer que dirigió una base de taxis en la provincia La Habana. Era la década del 70 del pasado siglo. Llegó allí a los 18 años como controladora de talleres; después ocupó los cargos de auxiliar y jefa de tráfico, hasta convertirse en administradora.

Hace 61 años muchas cosas cambiaron para la mujer cubana. Si las épicas batallas de la manigua y la Sierra y las vicisitudes del clandestinaje, habían llevado el sello decisivo de las valientes Marianas, entonces la Revolución triunfante tenía que contar con ellas.