“Los efectos mágicos del tique”

“Hoy me esperan muchas sorpresas sobre ruedas”, pensé yo, sentada en un banquillo de la sala de espera de la terminal de ómnibus de Artemisa; eran mis oídos los responsables de tal pensamiento, no paraban de escuchar la ¿música? que proveía aquel muchacho a todo el auditorio; ese que se desplazaba de un lado a otro presumiendo su dispositivo de salida de audio .
Ya eran las 3:30, luego las 3:45 y hasta las 4:00 pm, pero la que otorga sentido a mis historias no llegaba; las personas comenzaban a mostrar ansiedad e impaciencia, pero como niño al que se le entrega un caramelo, recobraron el estado de homeostasia cuando un señor uniformado depositó en sus manos y en las mías un papelito con número, era el famoso “tique”.
“¿Dónde estoy?”, me pregunté, y hasta me pellizqué ante tanta serenidad (todas las personas retomaron sus asientos), seguridad (“debe estar al llegar, a veces se atrasa un poco”, decía una señora), empatía (“el señor está repartiendo los tiques, dale para que alcances”, dijo un hombre a otro) y hasta organización (pude ver una fila por primera vez en mi vida en una cola de guagua).
Mis ojos estaban atentos a un mal gesto, mis oídos, a posibles groserías, pero mi sexto sentido, ese estaba atónito. Subí al ómnibus sin dificultades, incluso alcancé asiento con ¡ventanilla!, una muchacha le cedió su puesto a un anciano, el chofer dijo “buenas tardes” antes de cobrar.
Durante todo el viaje disfruté de mi lista de reproducción, utilicé mis audífonos según su fin primario, hasta pude no haberlos utilizado. Sí, me topé con varias sorpresas sobre ruedas, suerte que, como Israel Rojas, siempre tengo mi amuleto, mi reto, mi credo, mi acecho, mi papel en blanco ¿Habrá sido por los efectos mágicos del “tique”?, no lo sé, solo sé que, por primera vez, pude pensarme la historia desde el comienzo.