Un cubano grande de la literatura

Era inevitable que una obra como Cecilia Valdés le inmortalizara, pero Cirilo, más que novelista, más que maestro, traductor y periodista; es para nosotros: descubridor.

En el ingenio Santiago de San Diego de Núñez, Bahía Honda nacía un Villaverde iluminado e ilustrador luego de una época y una forma de vida que hasta hoy nos determina y condiciona.

Aunque Artemisa dejó de ser pinareña continúa más vueltabajera que nunca, porque Cirilo situó las puertas de Vueltabajo en Guanajay y a esa delimitación tan suya le incluyó también al Ariguanabo.

Más allá de las dimensiones y nociones geográficas, su descripción de la gente es la verdadera certeza de cuánto le pertenecemos todavía.

“Los guajiros son alegres, de mansa condición, dados al trabajo, generosos y amigos fieles, apasionados y entusiastas”, aseguraba.

Así continuamos siendo los moradores genuinos de Vueltabajo, como nos describiera en sus crónicas sin fecha de caducidad, válidas en este y el resto de los tiempos.

Autor de la obra cumbre de la literatura cubana del siglo XIX, para nosotros, artemiseños y pinareños herederos de un peculiar gentilicio resultado de su ingenio, Villaverde fue el primero en descubrir toda la riqueza ecológica y humana de estas tierras occidentales.

Reveló para las letras universales: vida, paisajes y costumbres que debemos releer y atesorar como referente de la realidad nueva.

Su prosa llega como estímulo multisensorial que trae al presente olores, sabores, emociones y trasmite pasión por nuestro origen. En una pintura hiperrealista provoca visitar el paisaje de las bahías de Mariel y Cabañas, los bosques de Las Pozas, La Sierra del Rosario, las alturas que colindan con San Diego de Núñez y el Pan de Guajaibón.

Hoy nos sigue acompañando el mar verde de los campos de cañas de su Excursión a Vueltabajo; que la impronta de un escritor tan útil sirva para edificar, sobre los mismos caminos y guardarrayas, la Artemisa que queremos y que le gustaría a Cirilo.