María Teresa Vera: una voz inmortal

Desde siempre mostró aquella voz y estilos tan propios que le dieron un lugar destacado en la canción cubana, y en el panorama musical mundial. Nació el 6 de febrero de 1895 en Guanajay, entonces provincia de Pinar del Río, y poco le bastó para que fuera símbolo de la trova hasta la eternidad. María Teresa Vera, hija de Rita, liberta y de incontables rumores por la parte paterna, creció hasta los cinco años en esta ciudad.

Apenas con conocimiento de la técnica trascendió las fronteras, acompañada por su fiel guitarra, la misma de la que aprendió gracias a Manuel Corona a un amigo de la familia José Díaz o El Negro como le llamaban. Más de 200 canciones fueron grabadas en su voz a lo largo de 50 años de carrera artística y legó su luz y gloria a futuro con la interpretación de inolvidables letras.

Cuentan que justo esos «Veinte Años» escritos por su amiga Guillermina Aramburu, narraban la historia de desamor por la que su compositora pasó. El olvido de su esposo por décadas y la fuerte sensación de la soledad pusieron sus letras y melodías en manos de María Teresa Vera con la única petición de que mantuviera en secreto quién había escrito la despechada habanera.

María Teresa Vera compuso pocas canciones. Los textos los escribían amigos o conocidos dedicados a la poesía y al sentimiento universal. Estudios publicados refieren que está guanajayense devenida en la Gran Dama de la Trova Cubana o Embajadora de la canción de antaño, simplificó líneas melódicas que antes tenían independencia y estructuras de mayor ámbito vocal con apoyaturas y grupetos hacia formas más simples.

A pesar de todas las circunstancias que parecían detener su desarrollo artístico al principio, María Teresa Vera supo imponerse en una sociedad compleja por los profundos escrúpulos raciales, la condición de ser mujer y la de nacer en un municipio alejado de la capital. Aún así bastó el talento para ganarse, contra todo, un lugar cimero dentro de la historia de nuestra música.