Por enésima ocasión, Fátima, calidad y calidez
Fátima y el parque de la Fraternidad es esa historia de Miguel Barnet que ya dejó marcas en la literatura, el cine y el teatro cubanos. En la versatilidad del actor Ray Cruz lleva tiempo conquistando estruendo de aplausos y no pierde la novedad.
Claudia Saldívar dirige esta puesta en escena que, a cada paso por salas, escenarios convencionales o suigéneris; es detonante de emociones y tiene la capacidad de activar la empatía con una mujer transgénero que se nos ilustra más corpórea y real, fuera de todo personaje.

Así sucedió también con la edición 81 de esta versión dramática presentada en el cine teatro Guayacán de San Cristóbal.
Una tarde de calor con la intensidad de este verano de récords hacía transpirar a Ray, inmutable desde su fuerza escénica, también su maquillaje, su voz, su público, que tampoco se perdió el carisma del actor en sí mismo, que a ratos se abría paso entre la carga emotiva de la Fátima personaje.
La vida y la experiencia de la mujer que ella es, se cuenta con matices de vidas de otros seres y personajes y se logra captar la esencia de cada cual, sus conflictos, miedos, dudas y certezas.
La marginación, la incomprensión o la violencia no van en una sola dirección dentro de las sociedades, tampoco en esta puesta nos muestran tal cual. El enjuiciamiento y los prejuicios es contra mujeres, contra hombres contra la población no heterosexual y contra toda forma de vida que transgreda los cánones de la cultura patriarcal, demasiado presente, demasiado dolor causa todavía.

Heridas espirituales y físicas, muertes, aún lacera con excesos a este siglo XXI y Fátima nos pide detenernos. Ella no implora, ella no quiere compasión. Fátima presenta a una madre maltratada y un padre maltratador que pueden ser los tuyos o los míos, nos trae a sus amigas de la mano, trae la complejidad de un amor imperfecto y desgarrador. Pone sobre la mesa las miserias más humanas que materiales protagonista de la cotidianidad.
Llega con esa música que no puede faltar para expresar y llorar lo que nos pasa, lo hace desde el reconocimiento a unos valores culturales que nos punzan el orgullo y ese percutir desde lo identitario, desde lo valeroso, no pasa de moda jamás.
Fátima te dice que la vida se vive y se disfruta desde la libertad, pecado es no gozar, pero pone una clarísima pauta: con las drogas no.

Fátima es humor y dolor, pero felicidad.