Patria, cultura y viceversa

Es 20 de octubre. Uno piensa en Perucho sobre su caballo, en las expectantes miradas de sus coterráneos, en el ardor con el que acompañaron su himno.

¿Cuántas veces la cultura ha sido embajadora de este archipiélago? ¿Cuántas veces se alzó como tribuna de nuestro pueblo para contar su hazaña al mundo?

No podría dibujarse el camino que nos trajo hasta aquí sin hablar de ajiacos, fusiones, transculturaciones, choques culturales y surgimiento de lo nuestro, superando las esencias primigenias y resultando esa mezcla enjundiosa que nos define.

Las sombras que solo yo veo parieron luz. Alrededor de la hoguera nuestros fantasmas bailan el areíto y un tocororo bate sus alas para saludar al futuro que nace.

Vuelve Martí a esgrimir la pluma para hablarnos de ser arte entre las artes. Regresa con orgullo Salvador Golomón a defender el verde de su tierra. Cecilia contonea sus curvas por una calle de la Habana. Hay una Giraldilla que ya no sabe si espera o despide. La mítica ceiba no pierde su follaje y en su sombrero verde les hace espacio a las palomas.

El padre Varela rasga sus vestiduras y regresa para no decirle al pueblo cree sino lee. Del Monte y Milanés organizan otra tertulia, brindan con nuestro vino de plátano por una partitura, un pas de Deux, un Alhambra con una mujer bella, una Corte Suprema, una alegría para la sobremesa del cubano.

Pone la abuela el vaso de agua sobre el televisor. Cuela el café. Lo sirve gustosa a los santos con miel de abejas y le toca un violín a la Virgen del Cobre. Todo mezclado. José Cemí pregona para que la caserita no se acueste y Celina canta a las flores y a la mañana mientras la Casa Vieja se llena de niños disfrazados de abejitas que son felices a pesar de la maldita circunstancia.

Hay controversia en el portal. Y en el patio se armó una gallería para que Mariano nos haga su performance y toque Frank los acordes de aquella obra de Dora Alonso que subió a la pantalla. La gota de rocío vuelve a caer del cielo. Moja las cañas de la niña que conversa animada con un caballero y le recibe la flor. Un Cristo abre los brazos en la bahía para estrechar en ellos al gallego, la mulata, el negro que no sabe inglés pero enciende su antorcha y sube la escalinata y se hace revolucionario en la universidad.

Un brigadista hace su obra de teatro en el Escambray. El campo muestra de Giselle la reverencia y de Dorita su llanto cuando el maestro falta, aunque sabe que anda con Nemesia, contándole de Elpidio y María Silvia, de campesinos felices y fiestas del tambor.

Patria es la cultura. Patria es nuestro genoma. Sabemos que no es perfecta la obra, pero es justa.

Es deliciosa con su mojo criollo y sus tostones. Tiene un cajón de fondo y un dominó al que le dan agua las manos negras, las blancas, todas las manos. Esa cultura se defiende cada día. Esa Patria se mima en cada obra que la ennoblece con valores, con sentimiento, con sensibilidad.

Se escuchan los acordes de la guitarra del joven soldado, la corneta mambisa, la campana de un ingenio que nos llama a la lucha. Se levantan tres colores sobre todas las cabezas y con ella luciendo orgullosa otra vez en la pelea estamos seguros: Vamo´a vencé.