Noviembre y un crimen eterno
Ocho jóvenes inocentes, estudiantes de medicina, fueron fusilados en La Habana un día como hoy pero del año1871 por «profanar» la tumba de Gonzalo de Castañón, un periodista al servicio del gobierno español imperante en los años de colonia en Cuba. No fue probado en juicio porque fue el pretexto perfecto para convertirse en un crimen inolvidable en la historia cubana.
Ninguno de los jóvenes -entre 16 y 21 años- cruelmente fusilados, tenía una vida política que constituyera una amenaza para los gobernantes españoles. Comenzaban a vivir, y el odio exigió sangre ante cualquier intento de perdón o de esclarecimiento de los sucesos.
Era un día de clases como otro cualquiera y los estudiantes de Medicina de la Universidad de La Habana esperaban la llegada de su profesor. Al conocer que demoraría un poco más, un grupo de ellos decidió entrar al cementerio de Espada. Según reconoce la historia su entrada no estaba prohibido, entonces ellos aprovecharon para recorrer patios y rincones del recinto.
Un vehículo empleado para conducir a los cadáveres a los distintos servicios, llamó la atención de algunos. Lo tomaron para correr de un lado a otro, y Alonso Álvarez de la Campa, estudiante de 16 años arrancó una flor del jardín próximo a unas oficinas.
Vicente Cobas, quien fuera el vigilante del cementerio no contuvo la furia de ver cómo aquel joven arrancó la flor. De inmediato se comunicó con las principales autoridades del gobierno español en la capital y alegó que había rayado el cristal que cubría el nicho donde descansaba Gonzalo Castañón.
Tal fuerte acusación no demoró en someter la crualedad contra los estudiantes. El gobernador político arremetió contra estudiantes de segundo año, pero su profesor impidió que se los llevarán; algo distinto a lo que hizo el de primer año, quien de manera cobarde permitió que fueran sacados de su aula para ser escarcelados.
El 27 de noviembre llegó la sentencia en nombre de la crueldad y el desatino. El estudiante que arrancó las flor, los cuatros que jugaron con el carro de muertos y tres más escogidos al azar debían ser procesados. A la una de la tarde después de dar lectura al fallo, sus manos estaban atadas y agarrando un crucifijo y sus ojos vendados.
Los fusiles anunciaron el fin de sus vidas, colocados de dos en dos, de espaldas y de rodillas, como nadie debería morir. Luego sus cuerpos fueron trasladados al cementerio de Colon, y por si fuera poco, no permitieron a sus familiares participar en los funerales.
Su muerte no fue reconocida en ninguna de las partidas de iglesias y años después Fermín Valdés Domínguez, logró que un hijo de Castañón reconociera que el nicho de su padre no tenía señal de haber sido abierto ni lastimado. Pero ya había sido demasiado tarde para esos jóvenes.
Cada 27 de noviembre Cuba recuerda uno de los crímenes más trágicos y humillantes de todas las épocas. En su memoria se alza un Monumento a los ocho estudiantes de Medicina, a la salida del Túnel, a la izquierda del Malecón habanero. Mientras, en la mayoría de nuestros municipios estudiantes de medicina recuerdan la efeméride con ofrendas florales y el compromiso de ser siempre una nación libre e independiente, sin sometimiento.