En Bauta quedó el amor de Fina

Fina deja una envidiable hoja de servicios en favor de las letras y la cultura de su país, un legado de autenticidad y belleza que no debe ser olvidado por la desidia ni el paso del tiempo, como ha sucedido con otros grandes que la antecedieron y hoy sus libros parecen haberse perdido en lo profundo de algún oscuro sendero.

No creo –y no debemos admitirlo jamás- que la obra de esta mujer se vaya secando con el paso de los años. Todo lo contrario. Por esa fecunda gracia que suele acompañar a varias de nuestras más certeras autoras, Dulce María Loynaz y Carilda Oliver a la cabeza de ellas, la impronta de Fina está destinada a mantenerse viva en el tiempo, no como relleno necesario del gran pensador y poeta que fue su esposo, Cintio Vitier, sino como autora grande en sí misma.

Recuerdo hace ya varios años, en un encuentro del Taller Orígenes en Bauta, una polémica, con algo de intrascendente, pero vaporosa, en torno a quién de los dos autores, Cintio o Fina, contaba con una obra lírica de mayor alcance. Los contendientes no se pusieron de acuerdo.

Pero lo cierto es que Cintio y Fina, unidos o separados, constituyeron un bastión ético y hermoso de esa cubanía que se defiende desde su honor más sincero y su historia imperfecta.

A Fina, distinguida por premios tan honrosos como el Nacional de Literatura, el Pablo Neruda y el Reina Sofía, habrá que agradecerle siempre haber tenido parte de su corazón anclado en Bauta, donde creció su estatura literaria dentro del grupo Orígenes, comandado por el presbítero y poeta Ángel Gaztelu Gorriti.

La autora de libros como Créditos de Charlot, Habana del Centro y El instante raro volvió a ese Bauta querido, donde los organizadores del Taller Orígenes la recibieron con toda la prestancia que merecían su sencillez y su grandeza, con todo el reconocimiento que inspiraba su enjundiosa evocación de aquellos grandes que la acompañaron en la aventura bautense de Orígenes, como su esposo Cintio, Eliseo Diego, Mariano Rodriguez, José Lezama Lima…

Casi a punto de tocar un siglo de vida, a los 99 años, se marchó la escritora que también fue madre de talentos y quien, al sentir la cercanía de otros humanos, regalaba la más dulce sonrisa o se dejaba llevar por las bromas de aquellos que la admiraban y respetaban como lo que quizás nunca aspiró a obtener: el aplauso más estruendoso de críticos, lectores y compatriotas por igual.

Tomado de ElArtemiseño.