Emelina Clavel: fuerza y espíritu arará

Creció en fiestas religiosas, adorando a sus ancestros y santos; más tarde inculcó el amor aprendido a sus 15 hijos, quienes tampoco faltaron a los toques cargados de sincretismo y cultura. Sus raíces en Benín, una antigua colonia francesa, atravesaron esta nación, y hoy residen en un batey cerca del central azucarero Harlem, donde dan paso a la vida… y pretenden seguir hasta después de la muerte.

“Debo ser sincera: no sé qué significan los cantos; lo aprendí de pequeña, escuchando. Mi abuelo y mi papá fueron una guía, y cada 31 de diciembre se reunían los niños, preparábamos comidas y había fiesta en nuestra zona. Recuerdo aquella mesa con hoja de plátano en que echaban alimentos, carne y dulces para todos. Lo mismo toco una tumbadora que bailo, pero hasta ahí”, sostiene Emelina.

“Al principio aprendimos con la propia improvisación, calderos, latas. A cada rato íbamos a la manigua a dar un bembé; preparábamos nuestras casas y los rituales. En mi mente perdura la imagen de aquella casita de palo y piso de tierra en El Corojal, donde practicábamos la matanza.

“Tengo poca vista ahora y lo hago menos, pero no me perdía un bembé. Arrastraba con mis negritos, llevaba un catre para dormir y, al día siguiente, recogía mi tribu, los bañaba y volvíamos a dar el bendito —como le llamamos— a los niños”.

Junto a ese amor por sus raíces, se entreteje una excelente labor en la comunidad, a tal punto que ostentan el Premio Nacional Cultura Comunitaria, y su líder es Premio Memoria Viva. Todo este tiempo el vínculo con la Federación de Mujeres Cubanas ha sido primordial, para desplegar oportunidades, crecimiento y conexiones entre sus vecinos.

“A Sara la americana, una promotora del batey, le pidieron organizar un movimiento cultural en el central, y aquello tuvo un gran esplendor. Yo era cocinera en una fonda y, sin titubear, acepté la idea y le dije: ‘tranquila, que eso está hecho’. Años después la mayoría no continuó; nosotros seguimos y guapeando.

“En un principio éramos unos pocos; ahora somos más, y todos somos familia. Instauramos el grupo infantil Maginito, que llegó hasta el Festival del Caribe, el único de su tipo en lograrlo, creo. Pese a las limitaciones, durante 59 años hemos mantenido una tradición sanguínea, histórica y educativa.

“Muchas veces hemos ido a pie a los lugares, en un tractor o un camión lleno de cachaza del central azucarero. Incluso así, cuando estoy en la escena con los míos, me siento grande, y a mí no me monta ni Sangustiano el haitiano. Es un nivel inexplicable de realización, de felicidad”.

Con sobrado rigor y a veces cansada de tanto bregar, Emelina Clavel y su agrupación son considerados guardianes descendientes con un alto nivel de resistencia cultural. Ella quiere que la recuerden viva, aun hecha cenizas y esparcida por el Corojalito, cerca del puerto, en Bahía Honda.

No renuncia a las raíces que todavía se alimentan de los cantos, ritos y bailes de una familia descendiente del entonces central Majana. Prefiere sentirse arará: nunca en silencio, consagrada a la resistencia.

Tomado de ElArtemiseño.