El sonido de la historia

No deja de sentirse ni por un segundo el fresco y vivo aroma de los pensamientos patrios en ese bosque que convida, cobija y enseña.

El cantar de la naturaleza, las cultas piedras que comunican y la fértil tierra dan la bienvenida al visitante sin importarle de dónde vine o a dónde va. Para él es suficiente volver al hombre la razón y la fe, no necesita de nacionalidades, riquezas o razas; dice que como el corazón es casa para los recuerdos, hoy aparece encendido con el decoro mismo.

De la tierra de un río, cerca de la ceiba y la palma, entre las especies mencionadas en un diario al que debemos acudir siempre si queremos entender la independencia, renace el Bosque Martiano del Ariguanabo donde antes fuera un vertedero. Fruto del sacrificio de Rafael Rodríguez Ortiz (Felo), el sitio –pudiera decirse- es el resultado de una buena acción que, como el amor, crece y desde lo alto se ve pequeño el mundo.

Allí, junto a lo que somos, reaparecen el trayecto de Playitas a Dos Ríos realizado por Martí y Gómez en 1895, la intransigencia de Maceo en Baraguá, episodios como la expedición del yate Granma o el encuentro de Fidel y Raúl en Cinco Palmas. ¡Vamos!, ¿acaso alguien duda de la grandeza de este sitio de experiencia sabia?

El toque de la réplica de la campana de La Demajagua y las palabras de Rafael Rodríguez Ortiz (Felo) indican que la visita al Bosque Martiano del Ariguanabo ubicado en La villa del humor está a punto de comenzar.

Quienes han traspasado sus puertas, saben cuánto reconforta el espíritu. Deslumbrarse con el verde esperanzado y la bandera que danza oronda, llena de justicia, aviva los corazones -pero quizás- ocupados en deducir la perfección de cada pedacito, no nos percatamos de un símbolo del lugar que da la fuerte bienvenida a niños, jóvenes, vecinos, cubanos y extranjeros: la campana.

Ella, fiel réplica de la existente en La Demajagua, también tiene su historia.Relata Felo que desde el principio el bosque tuvo su campana, pero el tamaño y el sonido de aquella no convergía con la inmensidad del área. Entonces se dio a la tarea de salir a buscar –parecido a los conquistadores de la paz- una que al ser tocada estremeciera el alma de todo cuanto allí habita.

“Decidí hablar con mi amigo Eusebio Leal, historiador de La Habana y después de justificar el tiempo sin vernos le comenté mi deseo. Con la mirada fija me dijo: – ¡La tengo y te las vas a llevar!” La donación fue el regalo de unos curas cuando Eusebio cumplió sesenta años de edad, para él no hubo mejor lugar y así llegó a modo de fortuna el nuevo fragor, sinónimo de victoria.

Ahora comprendemos porqué es el bosque el santuario de los ariguanabenses, de los artemiseños…de los cubanos. Esta no es la campana de la Catedral de Pamplona en España o la del Sagrado Corazón en Montmartre, Francia; tampoco es de la que se habla en los pasajes bíblicos de Corintios…esta, tan guerrera como su pueblo es la campana del Bosque Martiano del Ariguanabo: única, retumbante e insurrecta.

¡Que despierte la ciudad! ¡Felo convida desde su segunda casa a mantener la lucha para jamás volver a ser esclavos…para ser libres y soberanos! Historias, aunque sean de metal, seguirán vivas aquí, en la tierra de Céspedes, Martí, Fidel y de la continuidad revolucionaria porque “la Patria se levanta sobre los hombros unidos de todos sus hijos”.