Una segunda oportunidad para el planeta azul

Mis recuerdos más felices incluyen el mar: rememorado el pasado siempre regreso a la playa, a los días de sol, arena, caracolas, agua salada y oleaje intenso. Mi sueño es navegar toda esa inmensidad algún día.

Pero, la tristeza satura a quienes amamos el mar: cada año 8 millones de desechos plásticos se vierten en él, desechos que ocasionan la muerte de especies y que, aún cuando se degradan, las partículas de microplásticos resultantes, terminan filtrándose en los organismos que aquí habitan.

Cerca de 100 mil animales marinos mueren a causa de las toneladas de retazos que esparcimos en sus hábitats. Las tortugas acaban confundiendo las bolsas de mercado con medusas y las aves las ingieren creyendo también que son comida.

En promedio, alrededor de 300 mil ballenas y delfines mueren anualmente. Algunos aseguran que los océanos son los pulmones del planeta y no los bosques de la Amazonia. 

Pese a lo anterior, y a las prohibiciones existentes desde 1986 sobre la caza de ballenas, en la clandestinidad varios países continúan albergándola. En un artículo de CNN leí que Japón ha aprovechado un vacío legal en la Comisión Ballenera Internacional (CBI) para mantener la caza legal del mamífero en cuestión, alegado su uso en investigaciones científicas. Mientras que, otras naciones como Noruega, establecen cuotas anuales que racionalizan el hostigamiento autorizada de la especie. En las Islas Feroe mueren cientos de ballenas cada año, pero claro, según las regulaciones del estado autónomo son asesinadas rápido y causándoles el menor sufrimiento posible.

Cada vez que ocurre un derrame petrolero cientos de aves en busca de alimento acaban varadas en medio de las gigantescas manchas negras y, sin poder abrir sus alas, mueren de hipotermia e inanición. Y no son las únicas especies atrapadas por la inmovilidad e intoxicación: peces, cetáceos, moluscos y mamíferos experimentan un fin similar.  

El peligro de las redes fantasmas abandonadas por descuido de algún buque o pescador, enredan a los animales hasta ocasionar su asfixia y si no, el justificante de la captura accidental durante el proceso de pesca, cuesta la vida a especies protegidas cuyo proceso de crecimiento poblacional es lento.

Por su parte, la caza furtiva y el tráfico ilegal duplican los riesgos de la extinción de los seres vivos, debido a lo masivo y descuidado del proceso: se capturan animales en exceso de cantidades; sus hábitats naturales son arrasados; se asesinan especímenes por su valor exótico, los cuales suelen ser calificados como ejemplares en declive y; en algunos casos, cuando se persigue el fin de integrarlos a colecciones privadas, puede que el proceso de readaptación se complejice muriendo al final la especie. Además, la selección descuidada y a gran escala contribuye al aumento de la transmisión de plagas y enfermedades zoonóticas entre animales y humanos.

Los pulmones están contrayendo cáncer. El cáncer de la inconsciencia humana: las bandejas de plástico que arrojamos luego de pasar el día en la playa, los derrames de las plataformas petroleras, la caza furtiva, el empleo y desecho de las redes de pescas y el comercio ilegal.  Poco a poco va muriendo el fiel depositario de mis momentos felices. Ser amantes al océano no es solo pensar en su belleza, o enamorarte de sus playas tropicales. No es únicamente compartir fotos “chulas” en Internet para aumentar el ranking de seguidores. Amar algo implica valorarlo, respetarlo y protegerlo. No se trata de esperar una fecha señalada para tomar conciencia. Hay que tomar conciencia los 365 días que tiene el año. Aún estamos a tiempo de cambiar. ¿Por qué no hacerlo?