Los maestros que no olvidamos

Ser maestro es más que enfrentarse día a día al reto de impartir conocimientos. Ser maestro es dejar una huella imperecedera en cada generación que pasa por un aula.

Ser maestro es estar de pie timoneando el barco del aprendizaje, ser maestro es no ceder por más difícil que sea la tarea. Ser maestro es un don no todos tienen. Se necesita carácter, temple, fortaleza y a la vez una dulzura infinita; porque como dijo Paulo Freire “La educación es un acto de amor, por tanto, un acto de valor”.

Son muchos los nombres que podrán venirnos a la mente si nos preguntaran por nuestros maestros; pero siempre hay un nombre que resalta por encima de los otros. Siempre hay un maestro especial, ese con quien más química tuvimos, ese que tantas veces nos vio reír, llorar que celebró cada triunfo, que no solo nos revisaba la tarea nos revisaba el interior, que con solo mirarnos sabía si estábamos bien o mal.

Agradecimiento, ternura, amor son los sentimientos que despiertan esos que tantas horas nos dedicaron, que no vacilaban en llevarnos al camino correcto si en algún momento nos descarrilábamos.

Así son los maestros, no existen palabras, que hagan honor a su labor, no hay un acto de gratitud que pague su obra, no existe un futuro sin ellos. “Educar es depositar en cada hombre toda la obra humana que le ha antecedido: es hacer a cada hombre resumen del mundo viviente hasta el día en que vive: es ponerlo al nivel de su tiempo: es prepararlo para la vida.” (José Martí)