Arletys: “Todo lo que hago es por amor”

A veces andan “por ahí” ocultos entre los sueños, las pasiones y los fastidios. De su alma brota lo más bello del ser humano y su talento es sinónimo de perseverancia.

No soy el único que lo dice, muchos coinciden conmigo porque ser instructor de arte es eso: llenar cada espacio de magia, creación…es compartir la dicha, provocar la sensatez, sembrar violetas en una palangana. Así lo hace la actriz Arletys González Rodríguez.

De pequeños, tenemos una idea de qué ser en el futuro profesional. ¿Sucedió así contigo?

«Por supuesto. Yo vivía lejos del pueblo de Alquízar, en el campo. Mi mamá me matriculó en una escuelita, la más cercana; era un seminternado porque no podía ir a almorzar a la casa. Pero en ese centro no se respiraba cultura: no participábamos en festivales, no se sabía de teatro o danza.

«Solo recuerdo que dibujábamos. Ya en cuarto grado nos mudamos; mi mamá me traslada para otra escuela y allí van por primera vez instructores de arte a hacer pruebas de captaciones para empezar talleres de creación en la casa de cultura.

«Escogí teatro, hice la prueba y de inmediato comencé. Mi primera obra fue El adivino Cachucho un texto de Dora Alonso donde hacía el protagónico; imagínate pleno período especial. Mi papá tuvo que cobrar para poder comprar mi vestuario y apoyar en la escenografía.

¿Provienes de una familia de artes?

«No. Todos son médicos, pero mi papá lleva un artista dentro. Él me contó que cuando era chiquito vivía en San Antonio de los Baños y le encantaba ir al río, como todo muchacho.

«Mi abuela no lo dejaba, entonces lo apuntó en un taller de solfeo para que pasara el tiempo; de ahí aprendió a tocar guitarra. De alguna forma él me lo inculcaba y te digo –intenté cantar, pero soy desafinada por completo».

¿Cómo llegas a convertirte en instructora de arte?

«Te voy a ser sincera. No sabía que existían las escuelas de instructores de arte. Eso fue un proyecto del Comandante Fidel y cuando estoy en noveno grado opté por presentarme a las pruebas de la Escuela Nacional de Arte.

«Fue muy difícil porque tuve que viajar de Alquízar a San José. Recuerdo que era por niveles, te iban pasando, pero cuando llego al tercero me sacan. Pregunté qué había pasado y me dijeron que no podía hacer teatro por la desviación de mis dientes.

‘Se me derrumbó el mundo en ese momento -para serte sincera, me frustraron la vida porque ese era mi sueño. Miré a mi papá y le dije que nunca iba a hacer teatro entonces opté por otras carreras: los Camilito, ciencias exactas… una lista inmensa hasta que lanzan la convocatoria para instructores de arte y mis padres hablaron conmigo para matricular en la “13 de marzo” en el Ariguanabo.

¿Y qué paso con los dientes?

«No sé cual fue el objetivo de aquella justificación porque no tenían nada que ver los dientes. Yo sí puedo decirte que frustró a una adolescente, enamorada del teatro, pero logré entrar a la escuela de instructores y en septiembre de 2005 comencé a estudiar. Muchos dicen que las escuelas de arte son un mundo maravilloso.

¿Cuál fue tu mejor experiencia?

«Yo fui con la idea de que me iban a formar como maestra; pensé que todo sería metodología, didáctica, pero alguien me comentó que para poder instruir tenía que aprender a hacer teatro.

«Parecía una compañía, nos creíamos artistas y sin ganas de despertar de aquel sueño. De hecho, yo terminé mis estudios y me convidaron al poco tiempo a regresar como maestra, es decir me pasé ocho años en esa escuela.

¿Cómo era una escuela de arte en aquellos momentos?

«Cosas ‘buenas y malas’…El primer año casi me voy de la escuela porque nos limitaban mucho. Había profesores acabados de graduar y otros que venían con una formación de la antigua URSS.

«Nos cortaban el intento de volar y nos querían encerrar en el hecho de dar clases en un aula. Pero en segundo año todo cambió. La escuela tenía muy buenas condiciones, fue un proyecto que funcionó bien en su momento.

Nombres que siguen vivos en tu corazón como maestros, amigos, referentes…

Julio Capote; mi profesor de técnicas corporales. Él me enseñó a ser disciplinada, a cuidar mi cuerpo, a mantener una postura correcta no solo en el escenario sino siempre…pero también me dio la oportunidad de creer que se puede hacer cualquier cosa con el teatro.

«En tercer año el examen final fue un montaje; mi grupo escogió el texto Siempre se olvida algo de Virgilio Piñeiro, pero nadie quiso ser tutor por lo polémico que era este escritor en aquellos momentos.

«Había muchos tabúes con el teatro de Virgilio y Julio fue el único profesor que dijo sí. La obra se estrenó el mismo día de su cumpleaños.

«También el nombre que más me tocó de cerca fue Rafael Pérez Ynsua, mi eterno profesor de actuación; el que me impulsó a no tener miedo y a hacer lo que ahora hago. El me despojó de la timidez…y a él le debo lo que soy. ¡Claro que sí!

Arletys es una apasionada del teatro. FOTO: Cortesía de la entrevistada

Al graduarte, ¿a dónde vas?

A Alquízar, exactamente a una secundaria. Fue muy difícil porque era un pueblo de campo, donde las personas no entendían el teatro. Los niños solo sabían de sembrados, cultivos…de tierra. Yo salía de la casa con una mochila cargada; en ella iban un DVD, mi memoria flash con canciones, libros, vestuarios, utensilios para buscar la manera de motivar a esos adolescentes.

«Pero me resultó porque logré entenderlos y creo que ellos a mí también. Luego tocaron a la puerta las dificultades; en Alquízar no hay dónde hacer teatro y se me ocurrió hacer teatro de calle; ellos construyeron sancos y títeres inmensos.

«En la secundaria no tenía aula para ensayar; le pedí un autorizo a los padres y la terraza de mi casa fue nuestra fábrica de ideas.

Pero Los Cuenteros, esa reconocida agrupación de teatro de la ciudad también apostó por ti. ¿Fue fácil o crees que haya sido una odisea de constancia?

«Fue bien difícil. Siempre había oído hablar de ellos, pero nunca los había visto. En una ocasión, exactamente en segundo año de la escuela de arte hice una tarea con ellos. Recuerdo a Félix Dardo; él detuvo el ensayo, me presentó a los artistas, me dedicó aquel momento y le dijo a Blanca Felipe, maestra y asesora del grupo, que me atendiera.

«Desde ese día me encantó lo que vi…les comenté mis deseos de aprender, de hacer teatro de títere y hace dos años logré entrar.

¿Quién es Arletys?

«Yo creo que me enamoro de todo. Amo lo que hago, a las personas que conviven conmigo…esa es la clave: amar lo que haces. No importa el trabajo, el sueño, que el dinero no alcance, que no tengas la mejor ropa del momento…el amor compensa.»