Crónica sin fin

La crónica que no termino de escribir se encuentra en este sitio.

El respeto al oficio invita siempre a temer, con un género así no se puede jugar; pero hay un espacio y sus efectos, una ciudad surtidora.

Motivos disfrazados de lugar, resortes tan genuinos a esta irreverencia que me pone otra vez frente al papel en blanco a riesgo de torpezas. San Cristóbal y otro noviembre marcan sobre el tiempo más que el aniversario 193.

Porque quienes la viven, la caminan, la sienten; son ellos y son los tantos que la amaron ya, somos nosotros y serán nuestros hijos y los hijos que vendrán, llevarán un poco de su esencia en otros siglos que desde ya nos pertenecen.

Pertenecer he dicho y algo sacude desde dentro, porque ser parte y asumir consciente y feliz lo mucho y lo bueno que resulta tuyo y es mío también, ata sin nudos, se trata del más sublime de los lazos.

Me creerás si estuviste aquí y te digo montañas siempre al norte, si respiraste el olor a azúcar de un central, los cañaverales sin fin, El Praga y El totí, un vino tinto de bodegas coterráneas.

Y habrá quien entienda si evocara el recuerdo infantil de pequeñas manos sobre la baranda del puente de hierro, mientras echan flores sobre el río.

Y si digo mar, tomeguín del Pinar, Santa Cruz, Taco Taco, Río Hondo en la huella épica de una gesta mambí.

Los pinos y par de estrellas justamente sin par.

Y si cuento milagros dentro de un hospital y si los héroes de blanco en algún caso no alcanzaron a salvar.

De Artemisa o de Pinar del Río, en esta parada del camino a Vueltabajo, hay miles de íconos y símbolos: un pie que golpea un balón, un niño que sueña ser actor y se mira en los ojos azules de Blaín o los más longevos que atesoran los boleros de Roberto Sánchez.

Habrá quien suspire ante una escuela o una calle y ante los recuerdos de un amor prematuro, tardío quizás, a tiempo con dicha, pero siempre febril.

Echaremos de menos a la abuela y cada día a tantos que ya no están.

Así sentimos los sitios cuando en ellos se nace, cuando de ellos emanan emociones y estampas imborrables.

Para siempre quedan paisajes, personas y momentos en flechazos de pupilas húmedas o la calidez de la memoria que los abraza.

Vivamos esa fuerza del sentido común, de la identidad y la agudeza de los afectos, de la cultura, del teatro y la canción, de quienes honraron y honran con el hacer y la buena voluntad cuanto en este suelo sagrado nos convoca.

Yo creía que le había regalado algunas crónicas ya, por lo menos la temeridad del intento, justo empiezo a saber que no hubo nunca plural en aquellos textos, aquí están todas mis certezas, a excepción del momento exacto en que inició esta, la crónica que no termino de escribir.